Existe un mundo encendido al que sólo se accede por la luz. Es un mundo silente y fotoanímico que se deja habitar por los seres con alma de libélula. Y cuando estos seres se atreven con el fuego, entonces se vuelven dragones misericordes que buscan la magia de la imagen y nunca danarían su fragilidad.
MELCHOR ZAPATA es un pintor dragón. Su paleta es un chorro de fuego y su pincel una mano que acaricia. Porque la pasión debe experimentarse con la conciencia de la ternura. Por eso la pintura de Melchor quema y cura en un solo y mismo acto. Por eso experimenta el espectador una aventura peligrosa a salvo, un lance vital extremo e inmune. Como el vértigo inducido, como la acometida de un niño sabio y huérfano, como la fiereza del amor.
MELCHOR ZAPATA, un pintor que despelleja los mundos y nos muestra lo que hay debajo de su piel. Debajo de su epidermis. Debajo de su costra. El pintor con ojos laser y dedos de relojero. El experimentador in situ. El hombre que nunca dejó de perseguir a las luciérnagas. El coleccionista de resplandores.
Toda una vida en el filo de la luz, en su cuerda floja, jugando con fuego, revelando el negativo al rojo vivo.